martes, 15 de abril de 2008

Acerca del tren bala



En 1998 La Voz del Interior me envió a Alemania, atendiendo a una invitación cursada por la empresa Siemens para conocer sus plantas industriales. Fue, para mí, un viaje extraordinario, no sólo por lo que conocí, sino también porque me sirvió para cambiar mi idea sobre el pueblo alemán.
Pude ver y participar de la Oktoberfest en Munich, con todo el color y sabor de la fiesta de la cerveza. Se realiza en un enorme predio, que es la playa de estacionamiento de la universidad, donde se montan cuatro o cinco carpas gigantes, para 10 mil personas, esponsoreadas por las distintas fábricas de cerveza. Las jarras de rubia y espumante bebida son de un litro; no hay más chicas ni más grandes. Cuesta poco imaginar cómo quedan los alemanes, particularmente jóvenes de ambos sexos, que se toman dos, tres o más de esas jarras. Baste comentar que en el exterior de las carpas hay un prado de césped, donde van a dormir los borrachos que el personal de seguridad saca de las carpas. Duermen un rato, se mejoran un poco y… de vuelta a la carpa, a seguir cantando, bailando, comiendo y… tomando varias jarras más.
Pero bueno, lo que quería contar aquí está referido a algo que por estos días nos toca muy de cerca a los cordobeses: el tren bala. En Alemania tuve la oportunidad de viajar en el Intercity Express (ICE), un “trencito” que viajaba, en ese momento, a 250 kilómetros por hora. Hicimos el trayecto de Nürenberg a Hamburgo, en dos horas.
Como Siemens, la anfitriona del grupo de periodistas argentinos (conformado por Ernesto De Paola, del BAE; Alejandro Lomuto, de la revista Mercado, y quien suscribe, por La Voz del Interior), es proveedora de los buggies (conjunto de eje con dos ruedas) del tren, en una parada intermedia se nos permitió subir a la cabina de comando.
Es impresionante ver pasar los postes y desaparecer las vías debajo de la máquina, a esa velocidad. Una experiencia inolvidable. Los vagones del tren son un lujo, con sus butacas reclinables de tapizados limpios y sanos; el vagón comedor con mesas, sillones, vajilla, manteles blancos y mozos de impecable vestimenta; los baños, limpios, cómodos y funcionales. Pero, lo más importante: lo que nos comentaban los técnicos de Siemens durante el viaje, respecto al celo que se pone en el mantenimiento periódico de las formaciones del tren y lo estricto de las medidas de seguridad. ¿Se imagina lo que puede ocurrir si ese mantenimiento no se hace con la precisión y responsabilidad necesarias? Pues ocurrió. Un tiempo antes de nuestra visita, hubo un accidente al pasar el tren por debajo de un puente con decenas de muertos. ¿A qué viene esta anécdota? Pues, muy fácil: si queremos tener un tren bala, que según el proyecto viajaría entre Córdoba y Buenos Aires pasando por Rosario, a 300 kilómetros por hora, nosotros, que lo atamos todo con alambre, ¿estaremos en condiciones de mantener un servicio así, con seguridad y con solvencia? Si el tren bala se hace realidad, espero que la respuesta sea “sí podemos”.

martes, 8 de abril de 2008

Papá Noel carioca

En noviembre de 2006 estuve en Río de Janeiro. Estaba finalizando el penúltimo mes del año y el calor en Río se hacía sentir. Una de las excursiones que hice fue al Corcovado, situado en el Parque Nacional da Tijuca, cerro de 710 metros de altura desde el cual se obtiene una vista panorámica de Río y se pueden sacar unas fotos fantásticas.
En la cumbre del cerro se encuentra la estatua del Cristo Redentor, uno de los íconos cariocas, de 30 metros de altura, sobre una base de ocho metros.
Una de las formas de llegar a la cima del Corcovado es con el tren a cremallera, una linda experiencia. El tren va subiendo lentamente por el medio de una vegetación exuberante, mientras grupos de músicos además de tocar, invitan a los turistas a “sambar”. Los morochos lo hacen a propósito: eligen a los turistas con más pinta de “gringos” para que imiten esos pasos tan típicos y difíciles del samba brasileño. Se imaginan el resultado, ¿no?
Obviamente, después pasan la gorra. Y sino, de qué viven los músicos populares callejeros, allá y acá.
Pero lo más anecdótico de ese paseo al Corcovado fue descubrir, al llegar a la estación terminal de la cumbre, a un Papá Noel negro que, junto a un grupo de chicos y chicas de una banda escolar, también tocaban y cantaban temas de la música popular brasileña.
Como ocurre siempre donde hay más de tres brasileños, se armó la fiesta con los turistas que llegaban y algunos que esperaban turno para subir al tren y regresar a la base.
Era un deleite ver cómo tocaban, cantaban y “sambaban” esos chicos. Y no les cuento lo que era el Papá Noel “poseído” por la música y el ritmo. Para alquilar balcones (o vagones, en este caso).
Ahora, volviendo al principio y a la temperatura de esa época en Río, imaginen el calorononón que debe haber tenido ese carioca enfundado en “uniforme” de Papá Noel, con botas y barba blanca postiza y de lana. Pero él estaba muy feliz con su papel y con la música, como siempre están los brasileños. Como en el fútbol, ¿no?

miércoles, 2 de abril de 2008

Santa Marta no tiene tranvía, pero tiene al Pibe Valderrama

En 2006 estuve en Colombia. Entre otros lugares, visité Santa Marta, aquella del son vallenato que dice que “…Santa Marta, Santa Marta tiene tren / Santa Marta tiene tren / pero no tiene tranvía… / si no fuera por la zona, caramba, / Santa Marta moriría ay caramba”.
Santa Marta está siendo promocionada como destino turístico por el gobierno de Colombia pero, además de la falta de tranvía, también le hacen falta algunos servicios más, como una buena infraestructura vial. El lugar es lindo, con lindas playas, buenos hoteles y un casco antiguo con varias manzanas de viejas casonas coloniales, a las cuales estaban recuperando, pintando y poniendo en valor, como dicen los arquitectos.
Pero, para los que tenemos un costado futbolero, Santa Marta tiene un monumento que no podemos dejar de conocer y sacarnos una foto al pie de la estatua. Allí, en esa ciudad, en el barrio Pescaíto, donde nació, se levanta el homenaje de metal y cemento a Carlos Alberto Valderrama, sí, “El Pibe” Valderrama, ese de la cabellera rubia (¿teñido o natural?) ensortijada como viruta de madera. Un cordobés le diría “che… cabeza plato de uvas”.
Bueno, volviendo a la estatua, está hecha en bronce; tiene como cuatro metros de alto; montada sobre un pedestal de cemento de unos dos metros de alto, y la figura muestra al Pibe en una pose típica de “10”, con la pelota pegada al pie, a punto de dejar al defensor desairado o mandar el pase que es medio gol, de aquellos a los que nos tenía acostumbrados Valderrama.
Los colombianos lo veneran, a la vez que, cada vez que pueden, nos recuerdan aquel ignominioso 5 a 0 (5 de setiembre de 1993, en cancha de River) que todavía festejan y a nosotros aún nos duele.
Según consta en la placa del monumento, fue inaugurado en noviembre de 2002. La dedicatoria dice “Monumento al fútbol colombiano y a la figura de Carlos Alberto “El Pibe” Valderrama” y después de los “créditos” (del escultor y el alcalde de ese momento) termina con un eslogan: “Para volver a creer”.
Tengo dos colegas amigos colombianos –Dagoberto y Juanito– y es cierto: ellos, tanto como nosotros, necesitan volver a creer, no sólo en materia de fútbol.